jueves, 28 de agosto de 2008

"A la deriva."

Los domingos ivamos corriendo hasta la fuente de la parra y alli sudoros@s y con la garganta seca nos zambulliamos en el agua helada hasta que no podiamos soportar el frio que nos entumecía los músculos. Entonces saliamos jadeantes, todavía jugando y dandonos codazos entre risas y nos dejabamos caer exaust@s entre las piedras blancas que bordeaban el riachuelo.
Adorabamos ese rincon del mundo y nunca lo compartimos con nadie.
Al terminar el instituto Ramón se marcho a Barcelona a estudiar teatro y yo me quede en Valencia sin saber exactamente lo que hacer conmigo. Se me antojaba que querían a toda costa hacerme ingresar en la sociedad adulta a la fuerza y sin mi consentimiento y todo lo que ella representaba era tan aburrido y falto de pasión que yo me revelé violentamente y acabe abandonando los estudios y dedicandome a vagabundear por la vida, ávida de aventuras y de conocimiento. Me parecía que ella me podía enseñar más y mejor que ningún colegio.
Y la fuente de la Parra quedó olvidada alli en el recodo del rio. De hecho toda nuestra inocencia quedo alli pues ya nunca fuimos capaces de ser tan sincer@s y espontane@s como entonces.
Una tarde de esas que el viento soplaba con fuerza sentí deseos de pasear hasta alli; mi interior, turbulento de naturaleza, estaba desorientado y necesitaba volver atrás y recuperar a la niña que fuí.
Nunca odié ni sentí desprecio por nadie, a veces me hubiese gustado, pero era algo que iva contra mi naturaleza. Cuando alguien no cuajaba conmigo pasaba a formar parte de las personas anónimas y des-conocidas que se podían mover a mi alrededor sin que yo las viera y que rara vez volvían a entrar en mi vida, ni siquiera de manera fortuita. Pero esta vez era diferente, el resentimiento no me dejaba dormir. La confianza, la amistad, traicionada y pisoteada, no me dejaba seguir, mi entendimiento se había enturbiado y ya no razonaba con claridad, era una obsesión que lo ocupaba todo y tenía que dijerirlo como una mala comida. De hecho era la amistad mi bien más preciado, lo más sagrado e importante de la vida y sentía la traición no como algo ocurrido sino como una muerte, tan real y dolorosa como esa ausencia irremediable.
Allí estaban las dos rocas grandes y lisas, mucho más pequeñas de lo que las recordaba, el recodo que hacía un remanso casi había desaparecido bajo la vegetación abundante. Hice lo que más me gustaba que era tumbarme y sentir la roca fría en la piel, el cielo y las montañas grandiosas por encima mío, protegiendome y mostrandome la grandeza del mundo, y con los ojos cerrados el rumor del agua, balsamo para mi corazón dolorido, llenandolo todo. Me dejé invadir por una suerte de nana que me acunaba y me adormecía llevandome de nuevo a todos esos mundos mágicos que poblaron mi infancia y mi juventud.
Atardecía y las luces del pueblo empezaban a encenderse cual estrellas a la lejos, el viento había amainado y el aire olía a tomillo y romero, la calma que me rodeaba era tal que sentí un escalofrío y apreté el paso pero no tenía miedo, era solo la noche la que me rodeaba y no quería dejar que me atrapará del todo. Tan noctámbula que siempre fuí y esta noche oscura me parecía más atrevida que las bulliciosas de la ciudad, había vuelto tan atrás en el tiempo que hasta el miedo a la oscuridad regresó con los recuerdos.
Alli con el alma desnuda me di cuenta de la coraza en la que me había ido acomodando con los años, tuve que esforzarme por arrancarla de mi piel dolorida que no quería prescindir ya de su protección y alli en el frio del camino la abandone y seguí caminando desnuda con un estremecimiento pero ligera como el viento que volvía a soplar con fuerza.

No hay comentarios: